sábado, 17 de enero de 2009

Lástima que en Gaza no hay petróleo





Mientras que en este rincón del mundo, olvidado de la mano de Dios, soldados y civiles mantienen una cruda realidad desigual, el resto del mundo se tapa los ojos y sueña con príncipes y princesas que recuperan la estabilidad de su economía para poder mantener sus castillos encantados en el país de las maravillas.

En este país de nunca jamás, capitaneado por Garfio, parece que Peter Pan y Campanillas están de baja por depresión económico-egoísta. Ya es hora de que, como en le cuento de La Bella Durmiente, llegue el príncipe azul y nos despierte a bofetadas, y nos haga ver que no todos los cuentos tiene final feliz. La situación, la plaga mortal que cada cierto tiempo rebrota y que padece Gaza no es un cuento de buenos y malos, donde al final triunfa el amor para siempre, sino una triste, cruel y real pesadilla.

Por lo visto, la crisis económica no entiende de la natividad del gran pastor, y frente a la situación de desaceleración, o en otras palabras “ menos dinero puesto a disposición para consumir en aquellas cosas que nos resultan imprescindiblemente innecesarias “ nuestra mayor preocupación es llegar a fin de mes con dinero suficiente en nuestras carteras para poder comprar las sobras que los grandes amigos del consumidor compulsivo no han conseguido vender durante todo el año. Aún así, éstos se estrujan sus universitarios cerebros y “por fin llegan las rebajas de hasta el 60%“. Pero las rebajas también han llegado a Gaza, y casi de manera gratuita, las rebajas aquí se traducen por un módico precio en 1.010 palestinos muertos, de los cuales 225 son niños y 69 mujeres, y 4.600 heridos. Al parecer, en Gaza los reyes magos han padecido los efectos de la crisis y no han logrado superar la certificación de calidad de sus productos, y entre nieblas de fósforo blanco han dejado, a escondidas y entre cuentos chinos, como regalos la muerte y la destrucción.

Y no es que no me gusten los cuentos o las historias felices, contadas con tal entusiasmos que hasta el propio narrador se cree su veracidad, sino que al final de cada cuento volvemos a la realidad de la vida, una realidad que necesita menos cuentos de hadas, menos historias para dormir, menos desfiles de aquellos que en lugar de agrandar su ego solidario podrían actuar y más acciones reales para un hecho, que aunque nos tapemos los ojos, existe realmente.